Un río de paz
El día que nuestro hijo mayor murió en un accidente, su pérdida abrió una herida desgarradora en mi alma; sin embargo, sabía que podía contar con el poder de la expiación del Salvador para ayudarme a llevar la pesada carga de pena y dolor. Mi esposo y yo les pedimos a nuestros maestros orientadores que nos dieran una bendición a cada uno, pues sabíamos que seríamos fortalecidos. Nuestro Salvador ha prometido que no nos dejará sin consuelo (véase Juan 14:18). Me he aferrado con fuerza a esa promesa y testifico que Él también se ha ceñido a ella.
Isaías enseña que el Salvador fue “un varón de dolores y experimentado en quebranto” (Isaías 53:3). Si alguien podía socorrernos, yo sabía de forma muy personal que sería Él; pero, también sabía que si nos quitaba el dolor de inmediato, no habría crecimiento ni despertaría nuestro entendimiento.
A pesar de la angustia, he experimentado un constante río de paz proveniente del Salvador (véase 1 Nefi 20:18). En momentos, días o aun en semanas difíciles, Su paz ha alejado la tristeza; sólo he tenido que pedirlo. El Padre Celestial no quiere que atravesemos solos esta vida terrenal.
Cuando pienso en el accidente en el que mi hijo perdió la vida, recuerdo un relato del Antiguo Testamento:
“…nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tus manos, oh rey, él nos librará.
“Y si no, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses” (Daniel 3:17–18; cursiva agregada).
La parte importante es: “Y si no”. Debemos permanecer fieles, no importa lo que suceda. El Padre Celestial pudo haber enviado ángeles para que salvaran a mi hijo del peligro, pero no lo hizo. Él sabe lo que necesitamos para ser santificados a fin de estar preparados para regresar a nuestro hogar con Él. Todo saldrá bien; pero eso no significa que nunca más nos lamentaremos ni lloraremos. El sufrimiento es resultado del amor que sentimos, pero nuestro corazón no tiene que estar acongojado.
El mejor regalo que podemos dar a aquéllos que están a ambos lados del velo es seguir adelante, cabeza en alto, con fe y esperanza en el Padre Celestial y en Jesucristo, aun cuando demos cada paso con lágrimas en los ojos. Se nos ha prometido que “no hay victoria para el sepulcro, y el aguijón de la muerte es consumido en Cristo” (Mosíah 16:8). Un día “enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros” (Isaías 25:8).
En una próxima noche de hogar, considere la posibilidad de hablar sobre la muerte, la resurrección y el plan de salvación. Vea, por ejemplo: 2 Nefi 9 y Alma 11–12.
Y si no
“…el fiel tampoco será completamente inmune a los acontecimientos de este planeta. De ahí que la valiente actitud de Sadrac, Mesac y Abed-nego, cuando estaban en peligro, sea digna de emular. Ellos sabían que Dios podía rescatarlos. ‘Y si no’, afirmaron, servirían a Dios de todas maneras (véase Daniel 3:16–18).”
Élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Quórum de los Doce Apóstoles, “Rodeados por los brazos de Su amor”, Liahona, noviembre de 2002, pág. 17.
¿Cómo podemos afrontar las penas?
El élder Joseph B. Wirthlin (1917–2008), del Quórum de los Doce Apóstoles, planteó esa pregunta en su discurso de la conferencia general de octubre de 2006:
“Creo que de todos los días desde el comienzo de la historia del mundo, aquel viernes [cuando se crucificó al Salvador] fue el más tenebroso.
“Pero el pesar de aquel día no perduró.
“La desesperación no perduró, puesto que el domingo, el Señor resucitado rompió los lazos de la muerte; salió de la tumba y apareció glorioso y triunfante como el Salvador de toda la humanidad.
“En un instante, se enjugaron las lágrimas que habían sido derramadas. Los labios que habían susurrado oraciones de aflicción ahora llenaban el aire con alabanzas, pues Jesús el Cristo, el Hijo del Dios viviente, estaba de pie ante ellos como las primicias de la Resurrección, la prueba de que la muerte es sólo el principio de una existencia nueva y maravillosa …
“Por motivo de la vida y del sacrificio eterno del Salvador del mundo, nos reuniremos con aquellos a quienes hemos amado”.
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